La historia contratante de Groucho’s (y también dos huevos duros, quiero decir, de Cantinflas)

Permítanme que me presienta, aunque prefieran que me presente. Me llamo Henry Julius, pero todo el mundo me conoce como Groucho, Marx o menos. Y me siento (pesado) frente a una mesa de «Groucho’s Bar» para relataros la historia contratante de la parte más importante de la historia contratante del bar cuyo nombre debéis acordaros, porque yo no me acuerdo. O no me da la gana de acordarme, caray, que por algo no soy un acordeón.

Como iba diciendo, un día que no tengo en el recuerdo (del año 1983, eso sí que me acuerdo), encontré a un cuerdo, o eso creía, que pretendía parecerse a mí. Se hacía llamar Jaume. Caminaba de forma desgarbada y algo marcial. Debía ser porque había terminado recientemente el servicio militar. Se dirigió a mí masticando un puro negro como si fuera un palo de regaliz, pretendía ser gracioso.

– ¿Sabe usted por qué estoy aquí con usted? Porque usted me recuerda a usted. Sus ojos, su garganta, sus labios… Todo lo que hay en usted me recuerda a usted, excepto usted. ¡Que me ahorquen si lo entiendo!

Dónde había escuchado eso antes. Estaba impaciente por abrir un negocio de hostelería junto a su hermano, Ferrán, y quería que yo lo patrocinara y fuera su socio. Pero yo le advertí: «Nunca formaré parte de un club que me admita como socio». Como no le importaba mi respuesta, Jaume insistió y, con lágrimas en los ojos, recordaba los años que su familia se entregó al negocio textil, desde mediados del siglo XX, y que sólo en Calella, en esa época, había cerca de doscientos negocios de calcetines y géneros de punto. Estaba hasta el gorro de fabricar gorros y de oler medias y polainas aunque no estuvieran sudadas. Por eso, y porque desde los años 70, la ciudad se decantó hacia el turismo, necesitaba acercarse a un negocio donde los turistas se dejaran el dinero. Así que, Ferrán (que estaba trabajando en el hotel Pins Mar, de Santa Susana) y Jaume decidieron abrir Groucho’s Bar en 1984.

Comenzaron el negocio como cafetería y heladería. Al rico bombón helado. Aunque la especialidad era el Pastel de fresas, que preparaban como si fuera una tortilla de patatas. Con gelatina en lugar de huevo. Así aguantaron unos años, hasta el cambio de la década, donde decidieron conducir el negocio hacia el tapeo y la bebida.

– Camarero, dos cervezas.

– Tráigame a mí otras dos.

Un día que recuerdo como si fuera aquél, de 1994, apareció por el bar mi amigo y cuate Mario (Mario Moreno, «Cantinflas») y me convenció para introducir la comida mejicana en la comarca.

– ¡Ándele, Groucho! ¿Por qué no abrimos un bar donde los calellenses puedan probar lo que vale un frijol? ¡Así como quien dice!

– En lugar de uno, ponga dos. Porque siendo dos, estaremos bien. Pero si somos cinco sobraremos todos.

Así que, abrimos dos restaurantes (uno en Malgrat, que resistió dos años, y el otro, aquí en Calella, frente a Groucho’s), que bautizamos con el nombre de mi amigo, Cantinflas. Nuestro objetivo, desde el principio, sería fusionar la comida mejicana con la mediterránea (mex & cat). Servíamos el picante aparte, por si las moscas. Fue un éxito, al ser pioneros en ese tipo de comida. Por aquel entonces, los hermanos Sanmartín se habían fusionado, también, con Mari y Lidia, para que la mesa del negocio tuviera las cuatro patas, tres en Canarias.

Hasta el final del siglo XX, Grouchos y Cantinflas continuaron alimentando por separado a todo tipo de clientes, muchos turistas, especialmente alemanes. Pero, con el cambio de siglo, también se cambió de moneda. La señora Peseta dio paso al señor Euro y eso supuso un cambio de turismo. Empezaron a llegar viajeros del este (polacos, eslovacos, rusos y ucranianos), además de franceses o italianos, principalmente. Poco a poco fue notándose el cambio, y eso provocó un montón de fusiones, para ahorrar gastos.

En el año 2012, Grouchos y Cantinflas decidimos formar una Sociedad Ilimitada. Los clientes engullían con alegría los cánticos de mi tierra tanto patatas bravas y mejillones como una paella marinera combinada con quesadillas y nachos, fajitas y salsas aparte. La socia y cocinera, Mari, es la maga del negocio. La que inventa cada día platos nuevos e imaginativos, cada día de un país distinto, regados con los mejores vinos y cavas (el bar es, además, una hermosa bodega), muchos de denominación de origen: vinos del Penedés y del Empordà, de Toro o de Verdejo; cavas de la Conca de Barberà, Montsant, Plà de Bages o Terra Alta.

– ¿Te acuerdas, amigo mío, cuando bebíamos champagne en tu zapato? Dos litros. Cabían más, pero llevabas plantillas.

– Pues, no me voy a acordar, cuate, si no dejabas de atiborrarte del mejor jamón de Jabugo o de Guijuelo, que te salía por esas orejas que me recuerdan las dos puertas abiertas de tu carromato.

Podía seguir muchas líneas más, pero me las comería. Sólo me queda agradecer a todos los clientes del bar que jamás hayan pedido ni pidan, y también, dos huevos duros, uno de ellos de oca.

Groucho Marx (o menos)